Aquí iré publicando textos ya antiguos que, pese a poder estar publicados en otros lugares, en su momento no terminaron de gustarme y, ahora, he decidido rescatar tras haberlos modificado más o menos para tratar de mejorarlos. Aunque, quizá, muchos de ellos, por no decir todos, sigan sin ser completamente de mi gusto.



miércoles, 30 de junio de 2010

el fruto más preciado


hay un huerto pequeño
henchido de humedad
cordial íntimo y fresco
al que acudo a sentir
que aún sigo estando vivo
tras despuntar el alba

y allí cada mañana
permanezco un instante
fugaz y apresurado
más siempre tan intenso
que se me antoja eterno

en un rincón umbroso
y amable que da al norte
inadvertido habita
menudo un arbolillo
entre la generosa
y asaz feracidad
de manzanos granados y cerezos

sé bien que no habrá nunca
de darme fruto alguno
pero igual cada día
me acerco allí a sentirlo

y entonces entristece
y en silencio me dice
¿qué estás haciendo aquí?
¿no ves cuántos manjares
te ofrecen deliciosos
naranjos
avellanos
el almendro?

los unos
cuando junio

los otros
por enero

aléjate a probarlos
¿no ves que yo estoy seco?

mas yo obstinado insisto
y así cada mañana
vuelvo a su lado ajeno
a la fertilidad que anega el huerto

al huerto año tras año
he visto como llegan los inviernos
y un manto que lo inunda de hojas muertas
teñidas de ocres tonos macilentos
y una fragancia hostil a cementerio

mas mi arbolillo
siempre es primavera
y cobija mi espíritu en su sombra
apacible e inmensa
y me anega de flores
de colores insólitos
penetrantes aromas
dulcísimos y agrestes
que dan su luz a mi alma
mortal cada mañana un solo instante
fugaz y apresurado
mas siempre tan intenso
que me hace sentir vivo
que me hace sentir bueno


26 de diciembre de 2005 – 30 de junio de 2010

miércoles, 23 de junio de 2010

Ya sé lo que es tristeza



Ayer sentí no más
Tristeza al verte.
Tanto tiempo anhelando ese momento
Para, al cabo,
Sentir sólo tristeza.
Una tristeza densa,
Pesada, grande. Una tristeza
Que estuvo todo el día en mí clavada,
Royéndome los poros uno a uno,
Los ojos y las manos y seguro
Que, aunque siempre ignoré dónde se encuentra,
También la piel del alma.
Tristeza que se suma a la tristeza
Que, mórbida, me invade por no verte,
Que ha ocupado, brutal, cada rumor,
Cada víscera, cada palabra, cada gesto
Cada hondo suspirar, cada silencio,
Y, en tardes en que arrecia la tormenta,
Añade un nuevo gris al gris dolor
Que siento al transitar bajo el prohibido
Y ajeno resplandor de tu ventana.

Noviembre de 2006 – junio de 2010